Por Bernardo Pilatti
Prensa/ ESPN/22-10-2017.- Alberto “Explosivo” Machado es nuevo campeón mundial de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) de las 130 libras. Venció al panameño Jezreel Corrales y lo hizo de la única manera que podía conseguirlo, con un golpe efectivo de su mano más pesada, la izquierda y por KO.
No había otra manera de llevarse esta pelea. Al momento del golpe decisivo en el octavo asalto, Machado estaba siendo totalmente dominado y muy abajo en las tarjetas.
El poderoso golpe que terminó la pelea fue un mérito del ganador, pero todo su desempeño fue una ratificación de lo que todos temíamos: no estaba listo aún para un desafío de este tipo.
Machado fue a la lona en el quinto episodio, recibió muchos golpes e, incluso, el propio nocaut seguramente será motivo de controversias. Jezreel Corrales se levantó junto con la cuenta de nueve y el referí decretó el fin del combate sin más. Aunque, en definitiva, un final anormal parece ser lo que correspondía a una pelea que empezó anormal desde la ceremonia de la báscula.
DOMINIO Y CONTROL DE CORRALES
Jezreel Corrales es un boxeador rápido, complicado, mañoso, difícil de encontrar en el ring, que tiene un cuerpeo efectivo, pero también es demasiado desordenado y comete errores. Su boxeo se divide entre aciertos y desaciertos, aunque su veteranía esta fuera de discusión, ante Alberto Machado esa tenía que ser la gran diferencia y así lo fue.
Desde el primer episodio, el panameño se mostró incisivo girando alrededor de su rival y entrando en velocidad a dejar su izquierda por arriba. Fue imposible para Machado resolver ese problema. Corrales le llegó una y otra vez con dureza a la barbilla, hasta que en el quinto episodio lo mandó a la lona y estuvo a punto de liquidar el pleito.
“Explosivo” fue el que todos imaginábamos. Se perdió en el ring, le faltó capacidad para contrarrestar la velocidad de su oponente, no supo trabajar el jab ni tampoco acertaba los golpes que lanzaba buscando cazar a Corrales entrando. Apenas en el sexto episodio, cuando consiguió contrarrestar en un intercambio de golpe por golpe, Machado logró conmover al canalero, que se vio lastimado y apenas logró sobrevivir al round.
Después, Machado diría que por allí empezaron los ajustes que su boxeo requería, pero no hubo nada de eso. Al séptimo capítulo, Corrales regresó entero y volvió a dominar la pelea con su boxeo desorganizado, pero efectivo ante un hombre más lento y de reacciones tardías como el puertorriqueño. Lo único que a esa altura se puede entender por ajuste en Machado es que comprendió que solo un nocaut le daría la pelea y para lograrlo, necesariamente debía ir al intercambio de metralla en la misma línea de golpeo. O sea, en el momento que Corrales le repitiera la izquierda por encima, en vez de intentar cuerpear, debería asimilar el golpe, responder con la derecha para tratar de sacarlo de balance y sumar su mano de poder, la izquierda, para buscar lastimarlo a la barbilla.
Eso fue lo que ocurrió en el octavo asalto. Corrales le llegó duro a la barbilla y Machado pagó con la misma moneda. Ganó la mano más pesada, la del puertorriqueño, y el panameño se fue a la lona.
Allí ocurrió el episodio extraño. Corrales, en principio, pareció seriamente lastimado y permaneció en la lona esperando el conteo. Se puso de pie cuando el réferi Mark Nelson llegó al número nueve, aunque el tercer hombre en el cuadrilátero decidió en ese instante decretar el nocaut. La decisión pareció –si se quiere– confusa.
Ya de pie, el panameño no parecía estar bajo los efectos del golpe y a simple vista se veía en condiciones saludables para seguir peleando. El nocaut, en cierta forma, le dio un final dramático a una pelea que hasta ese momento estaba perdida para el vencedor.
¿Y AHORA, QUÉ CON MACHADO Y QUÉ CON CORRALES?
Antes de la pelea especulamos con la posibilidad de que sus manejadores estuvieran apresurando la carrera de Machado.
Si bien ganó y con un golpe demoledor, Machado demostró que efectivamente no estaba preparado para un rival como Corrales. El púgil puertorriqueño se vio superado en velocidad, le faltaron herramientas defensivas para quitarse un golpe repetido hasta el cansancio, como ese volado de izquierda por arriba a la barbilla, o le faltó astucia para dar el paso atrás y tomar al panameño entrando de forma desorganizada.
Machado tampoco logró caminar el ring con inteligencia ni controlar el ritmo del combate pese a su mayor tamaño y su mejor extensión de brazos. El porcentaje en golpes de poder, favorable al ex campeón en 44 por ciento sobre 28, es una clara muestra de quién mandaba en el ring.
En Machado no hubo un jab persistente, faltó insistencia con el golpeo a la zona media y la izquierda en gancho provocó nostalgia, la vimos a cuentagotas. Las mañas, el estilo imprevisible y, sobre todo, la velocidad del ex campeón fue demasiado.
Al octavo asalto, cuando ocurre el desenlace, Corrales dominaba totalmente la pelea, tenía controlado a su oponente y parecía inevitable su victoria.
¿Por qué no ganó? Es una pregunta tan difícil de responder como también es difícil responder dónde tenía la cabeza cuando se descuidó en el peso y llegó a la báscula con un exceso de cuatro libras.
Es cierto que sobre el ring había un desafiante que trabajó con seriedad su campamento, que pasó vicisitudes emocionales y afrontó un desafío mayúsculo al cambiar hasta su ambiente habitual de trabajo o a su entrenador de siempre para manejarse con otro (Freddie Roach) que ni siquiera habla su mismo idioma.
Es también cierto que, si miramos los errores de Corrales, a la hora de merecer el cinturón, no hay dudas que Machado tenía la preferencia. Pero el boxeo, como deporte, se exime de tomar en cuenta esos detalles. A la hora del combate sólo vale el desempeño de uno y de otro y en ese rubro, Corrales en lo previo era superior y durante el combate también lo fue.
Al octavo asalto, Corrales llevaba una gran ventaja en las tarjetas, bien pudo administrar el combate sin arriesgar. Especialmente, porque un púgil de su experiencia ya había constatado que la única manera en que Machado lo lastimaría sería de contragolpe, tomándolo mal parado, como ocurrió antes en el sexto asalto.
Faltó la buena lectura del combate por parte de la esquina, sin duda, que no supo aconsejarlo en esa dirección y faltó mantener el “desorden organizado” sin exponerse para ganar la batalla. El boxeo alocado podría generar errores parecidos a los que le pasaron la cuenta en la pelea anterior contra Robinson Castellanos y así fue esta vez. Si tomamos en cuenta que Jezreel Corrales perdió el cinturón por el exceso en la balanza, si tomamos en cuenta que eso fue una muestra de irresponsabilidad y si recordamos que hay un contrato de por medio con Golden Boy Promotions, ahora su futuro dependerá de muchas cosas. La primera, tal vez, una revisión de su propia actitud, o sea, el tomarse en serio su carrera, evaluar si en su error no hubo cuota parte de su esquina y encarar su futuro como un nuevo proyecto. Corrales se equivocó antes y durante la pelea. Era un combate que tenía ganado y lo perdió, pese a que se discutirá mucho sobre lo acertado o equivocado que haya estado el juez que paró la pelea. La batalla ya es historia y hay un nuevo campeón. Lo saludable, sin duda, es la existencia de un nuevo campeón para Puerto Rico, una isla que estaba necesitada de buenas noticias luego de tantas desgracias provocadas por los dos últimos huracanes, cuyas consecuencias aún se padecen.
Una buena noticia al fin para Machado, un premio a su esfuerzo y doble satisfacción por ganar una pelea que, a la altura del quinto episodio, era cuesta arriba. Ahora, podrá trabajar el futuro desde la perspectiva de un campeón, felicitaciones por ello, pero es necesario sugerirle que mantenga la perspectiva del prospecto. Las condiciones para crecer en su boxeo son reales, pero, en su caso, necesitan tiempo.
Esta pelea y la anterior (contra Carlos Morales) le demostraron que necesita mejorar y mucho. No siempre bastará con un solo golpe para salir de un apuro.