*** Era alemán, pero por su origen de la etnia romaní sufrió el escarnio y la muerte en la Alemania de Hitler. Era campeón mediopesado de su país y no sólo le quitaron el título y le cancelaron la licencia, sino que lo esterilizaron y lo mandaron a la guerra
Por Luciano González
Argentina/Prensa/Clarín.com/Jabeando/21-06-2020.- Porajmos (devoración) y Samudaripenes (gran matanza) son los términos que se usan para definir el genocidio de la población romaní de Europa durante el régimen nazi. Si bien no existe un registro consolidado, se estima que al menos 250.000 personas de esta etnia murieron en las cámaras de gas y decenas de miles fueron fusiladas en los territorios ocupados por patrullas de los Schutzstaffel (SS). Después del pueblo judío, fue el colectivo más castigado en esos años. Una de esas víctimas fue Johann Wilhelm Trollmann, campeón mediopesado alemán, quien fue despojado de su título y su licencia, encerrado y asesinado en un campo de concentración.
La persecución y la estigmatización de los gitanos ya llevaba varios siglos macerando en la Europa occidental cuando Trollmann nació el 27 de diciembre de 1907 en Wilsche, un pequeño pueblo ubicado 60 kilómetros al oeste de Hannover, uno de los polos industriales del viejo Imperio Alemán, a donde se mudó siendo un niño. Junto a sus padres y sus ocho hermanos se crió en el casco antiguo de la capital del estado de Baja Sajonia, en una modesta vivienda ubicada en la calle Tiefenthal, que hoy se llama Johann Trollmann.Con solo ocho años y durante la Primera Guerra Mundial, Rukeli (Árbol joven, en lengua romaní) comenzó a practicar boxeo, un deporte que por entonces estaba prohibido y recién sería legalizado tras la caída del Imperio y la instauración de la República de Weimar en 1918. Como amateur, ganó cuatro campeonatos regionales y un campeonato del norte de Alemania antes de cumplir 20 años.Tras ser excluido del equipo olímpico teutón que participaría en los Juegos de Ámsterdam 1928, se mudó a Berlín e inició su carrera como profesional en octubre de 1929. Muy pronto su nombre se hizo conocido por su forma de pelear: veloz, ágil y dueño de una muy buena técnica y movilidad sobre el ring, era la contracara del tradicional boxeo alemán, que consistía en plantarse a golpear y recibir sin cuartel. Era un esgrimista entre cañoneros. Este estilo le valió admiración, pero también críticas de quienes despectivamente lo llamaban “bailarín gitano”.
Una intensísima carrera que incluyó 52 peleas en poco más de tres años y medio lo ubicó a las puertas del campeonato mediopesado alemán, en tiempos en que la globalización no era siquiera un sueño y los títulos nacionales tenían un valor muy superior al actual. Lo curioso fue que el nazismo le suministró una ayuda involuntaria para dar el último paso hacia esa chance.
Casi inmediatamente después de la asunción de Adolf Hitler como canciller el 30 de enero de 1933, muchas organizaciones deportivas se sumaron con entusiasmo al proceso de arianización de la sociedad que impulsó el régimen nazi. En abril de ese año, la Asociación de Pugilistas Alemanes (VDF) resolvió expulsar de su seno a todos los judíos y prohibió trabajar bajo su órbita a los managers, médicos, dentistas y abogados judíos, al tiempo que suspendió a todos sus miembros “no pertenecientes al Reich, que no puedan demostrar un espíritu nacional o que han demostrado tendencias de desintegración del espíritu nacional”.
Uno de los alcanzados por esa legislación persecutoria fue Erich Seelig, quien fue despojado de su título mediopesado y debió emigrar a Francia, donde continuó su carrera antes de mudarse dos años después a Estados Unidos, tras pasar por Londres y La Habana. Allí, llegó a combatir por el título mundial mediano en diciembre de 1939: fue noqueado en el primer round por Al Hostak en Cleveland.
La vacancia que provocó la expulsión de Seelig llevó a que la VDF ordenara un combate para coronar al nuevo campeón entre Adolf Witt y Trollmann. Estos dos púgiles ya habían combatido tres veces el año anterior: Rukeli había ganado la primera, en Dresden, había empatado la segunda y perdido la tercera, ambas en el teatro Flora de Hamburgo. El cuarto choque fue programado para el 9 de junio en un predio al aire libre de la cervecería Bockbrauerei de Berlín.
El favoritismo de las autoridades deportivas y políticas estaba claro. Como muestra basta mencionar que en el Völkischen Beobachter (Observador Popular), el periódico oficial del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, se hacía referencia a Trollmann como «un afeminado cuyo estilo nada tiene que ver con el boxeo ario de verdad”. Pero entre los aficionados, en tiempos en que el boxeo era un deporte de masas en Alemania, el púgil romaní era el preferido.
Esa noche, Trollmann controló a Witt, lo castigó con golpes largos y precisos, y se mantuvo lejos de su alcance gracias a su trabajo de piernas y sus movimientos de cintura. Así, se impuso con claridad al cabo de los 12 asaltos pactados. Pero los oficiales de ring, por orden de Georg Radamm, presidente de la VDF, decidieron declarar el combate sin decisión.
La resolución de las autoridades generó desaprobación masiva entre el público, que se amotinó en el recinto para exigir que se coronara al nuevo campeón. Incluso algunos sillazos volaron para enfatizar el reclamo. Finalmente, tras una supuesta revisión del fallo, Trollmann fue declarado ganador y nuevo propietario de la corona. Entre la emoción y la bronca, el vencedor lloró sobre el ring al escuchar la decisión.
Sin embargo, poco duró la alegría del campeón: ocho días después de la pelea, la VDF declaró nuevamente vacante el título por considerar que tanto Trollmann como Witt habían tenido un “desempeño insuficiente” para hacerse acreedores al cetro. Además, Radamm consideró que el ganador había mostrado una “conducta indecorosa”. “Un boxeador alemán no puede llorar y mucho menos en público”, aseguró en declaraciones al diario Berliner Lokal-Anzeiger.
Seis meses después, el ente rector del pugilismo teutón ordenaría un nuevo combate para intentar consagrar a su nuevo monarca mediopesado. Pese a que su desempeño había sido evaluado como “insuficiente”, a Witt se le ofreció otra chance y esta vez no la desaprovechó: venció a Paul Vogel y obtuvo el cetro que conservaría hasta agosto de 1937.
Para Trollmann, en cambio, no hubo segunda oportunidad, sino más bien lo contrario. Seis semanas después de su duelo con Witt, a Rukeli se le permitió enfrentar al campeón wélter Gustav Eder, aunque bajo amenaza de suspensión en caso de no combatir “con estilo alemán”. Como medida de protesta (módica en su forma, enorme en los tiempos que corrían), Trollmann subió al cuadrilátero con su pelo azabache teñido de rubio y su piel aceitunada cubierta de talco. Desde la campanada inicial, dejó de lado su habitual movilidad, plantó los pies en la lona e intercambió golpes sin dar ni pedir tregua. Recibió como nunca y fue noqueado en el quinto round.
Esa derrota categórica empezó a marcar el final de su carrera. Si bien consiguió hacer, no sin dificultades, diez peleas oficiales más (de las cuales perdió ocho), la sombra del nazismo se iba posando sobre él. En 1935, su licencia fue cancelada definitivamente, por lo que solo pudo seguir combatiendo en ferias a cambio de algunos billetes. De todos modos, lo peor recién estaba asomándose, para él y para miles de romaníes.
En diciembre de 1935, un decreto complementario de las Leyes de Núremberg (aprobadas dos meses antes) les prohibió casarse o mantener relaciones sexuales con “personas de sangre alemana”, ya que podían producir descendencia “racialmente sospechosa”. En septiembre de 1936, se los privó de sus derechos como ciudadanos y se excluyó a sus hijos de las escuelas.
La persecución fue escalando. La cacería abierta comenzó en junio de 1938 con la llamada “semana para la limpieza de gitanos”, durante la cual alrededor de 700 romaníes alemanes y austriacos fueron enviados a los campos de concentración de Dachau, Buchenwald, Sachsenhausen y Lichtenburg, y otros miles fueron apresados.
Entre los detenidos estuvo Trollmann, quien permaneció varios meses en el campo de trabajos forzados de Hannover-Ahlem, donde además fue esterilizado, una práctica que el Tercer Reich había empezado a implantar en 1933 por considerar que los romaníes eran “enfermos hereditarios cuya única solución es la eliminación”. Por entonces, el excampeón ya se había divorciado de su esposa, Olga Bilda, con el objetivo de mantenerla a salvo de la persecución, al igual que a su hija Rita.
Poco después de su liberación, fue reclutado por la Wehrmacht (el Ejército alemán) para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Primero revistó en una base en Francia, pero a mediados de 1941 fue enviado al frente oriental. Fue herido durante la Operación Barbarroja (la invasión de la Unión Soviética por parte de las fuerzas del Eje) y finalmente expulsado de la Wehrmacht en 1942 por «motivos raciales».
En ese momento, ya eran regulares los traslados de romaníes a los campos de exterminio, principalmente a los de Bergen-Belsen, Mauthausen, Ravensbruck y Auschwitz-Birkenau. En ese último se creó un complejo especial, el Zigeunerlager (Campamento gitano), luego de que el 16 de diciembre de 1942 el jefe de las SS, Heinrich Himmler, firmara un decreto que disponía la deportación masiva de quienes eran considerados “antisociales y criminales sin posibilidades de educación”. Entre los miles que perecieron allí estuvo Heinrich, uno de los hermanos de Johann.
A él le tocó correr una suerte similar: había sido arrestado por la Gestapo en Hannover en junio de 1942 y fue trasladado en octubre al campo de concentración de Neuengamme, cerca de Hamburgo, donde recibió el número de prisionero 9841. Allí tuvo que entrenar a efectivos de las SS y además fue obligado a boxear contra romaníes y judíos. En algunos casos, los perdedores fueron fusilados minutos después.
Inicialmente se creyó que Trollmann había fallecido en Neuengamme el 9 de febrero de 1943, pero una investigación del sociólogo y periodista Roger Repplinger publicada en 2008 y basada en el testimonio del prisionero Robert Landsberger permitió establecer que esa muerte fue simulada por un grupo auto organizado de reclusos, que además consiguió que el exboxeador fuera trasladado a Wittemberge, otro centro de detención dentro del mismo predio, con la idea de que allí mermarían los tormentos especialmente crueles a los que era sometido por ser una figura pública.
Sin embargo, en Wittemberge también fue reconocido y se lo obligó a combatir tras sus jornadas de trabajo forzado. En una de esas peleas, ya en 1944, debió enfrentar a Emil Cornelius, un kapo (un recluso que colaboraba con los guardias y vigilaba a sus compañeros de cautiverio). Rukeli noqueó a su adversario, quien luego de recuperarse lo asesinó a palazos.
La secuencia de persecución, muerte y olvido de Johann Trollmann es un botón de muestra de la historia del pueblo romaní. El genocidio recién fue reconocido por las autoridades alemanas en 1982, lo que permitió activar una política de indemnizaciones. Casi cuatro décadas de rechazo se habían sostenido en la argucia de que su eliminación no se había debido a motivos étnicos, sino a que habían sido considerados “antisociales”. Desde 1994, la comunidad romaní conmemora cada 2 de agosto el Samudaripen. Ese día de 1944, 2.897 mujeres, ancianos y niños fueron asesinados en las cámaras de gas de Zigeunerlager. Recién en 2001, el Museo Estatal de Auschwitz inauguró una exhibición permanente sobre este genocidio.
A Trollmann le demandó un tiempo más conseguir la desagravio oficial: en diciembre de 2003, por iniciativa de la promotora Eva Rolle, la Asociación de Boxeadores Profesionales Alemanes (BDB) lo reconoció como campeón mediopesado de ese país por su victoria ante Adolf Witt en 1933. Su sobrino nieto Manuel Trollmann recibió un cinturón honorífico. Y en Hannover, Hamburgo y Berlín se instalaron monumentos conmemorativos.
La vida y la muerte de Rukeli inspiró distintas producciones artísticas, entre ellas la novela “El campeón prohibido”, del Premio Nobel italiano Dario Fo; la biografía «Rukeli: Johann Trollmann y la resistencia romaní antinazi», de Jud Nirenberg; la obra de teatro “El boxeador”, de Felix Mitterer, estrenada en Viena en febrero de 2015; y la película “Gibsy: la lucha por la vida de Rukeli Trollmann”, de Eike Besuden.