Ni la Cortina de hierro pudo separarlos / Amor Olímpico entre rivales políticos / Historia de amor entre Harold Hall Conally (USA) Martillo y Olga Fikotova (Checoslovaquia) Disco

Félix Bizot

Tribuna Felina

Por Félix Bizot

Prensa/Jabeando/08-07-2024.- La historia de Olga Fikotova y Hall Connolly, dos medallistas dorados de los Juegos Olímpicos comenzó en Melbourne en 1956, es una historia digna de Hollywood. “Volví a casa como el único oro de la delegación, pero en la recepción oficial se dijo que había traído 50% de honor y 50% de vergüenza por haber estado con un fascista americano”, explicó ella. Después de una árdua batalla burocrática donde tuvo que escribir toneladas de cartas, y luego de obtener un permiso especial concedido en extrañas circunstancias del presidente checo Antonin Zapotocky, los atletas pudieron contraer matrimonio en Praga. Fikotova y Connolly fueron definitivamente los dos más grandes triunfadores de los Juegos de Melbourne de 1956. Ella, checoslovaca, ganó por sorpresa el oro en lanzamiento de disco venciendo a dos prominentes soviéticas y de paso constituyendo la única medalla dorada de su país Checoslovaquia. Él, lanzador de martillo de Massachusetts, hizo lo propio en su especialidad, manteniendo hegemonía durante una década y la supremacía de su país en esta prueba, pues en los juegos anteriores en Helsinki 1952, había ganado otro norteamericano: Sim Iness. Además, los lanzadores de martillo norteamericanos se llevaron el oro en los siete primeros Juegos olímpicos. Este amor prohibido por razones de geopolítica, triunfó a pesar del telón de acero y la enorme distancia que separaba a sus naciones culturalmente.

Harold y Olga recién casados. En familia

OLGA FIKOTOVA Y HAL CONNOLLY, AMOR OLÍMPICO EN PLENA GUERRA FRÍA

Imagínense a Olga Fikotova y Hal Connolly lanzándose miradas furtivas, admirándose mutuamente entre lanzamiento y lanzamiento, ella del disco y él del martillo, observando uno los giros del otro en la jaula de lanzamientos, y haciéndose los encontradizos poco después para tomar un café en la Villa Olímpica, balbuceando en inglés deficiente y en alemán chucuto para tratar de comunicarse.

Fue una auténtica Love Story Shakespeariana, nacida en pleno evento olímpico. Ahora, un romance entre estos dos jóvenes parecía inadmisible. Los Capuleto y los Montesco de la Guerra Fría ¿Acaso les iban a permitir realizar su romance de novela a este moderno Romeo y a su amada Julieta? Mientras la romántica ciudad de Melbourne (Australia) cumpliría el papel de moderna Verona a mediados del siglo veinte y serviría de escenario para verificar esta parejita. Sin embargo, no todos veían con buenos ojos este romance nacido en el marco olímpico. Algunos mostraban franco desagrado y envidia ante el florecimiento de este amor y se retorcerían ante la serenata del joven norteamericano frente al balcón checoslovaco. ¿Cómo podía realizarse el amor en los años 50 en plena guerra fría entre dos atletas separados por la Cortina de Acero y pertenecientes a lados opuestos?

La pareja olímpica Connolly-Fikotova

Tal era la situación que los Juegos estuvieron a punto de no celebrarse, tras diversas amenazas de boicot. De hecho, hubo varios países que decidieron no acudir a la cita, a modo de protesta, entre ellos España. Y aunque finalmente se celebraron, el clima durante la competición fue muy áspero. Ejemplo: el partido más violento de la historia del polo acuático, que enfrentó a las selecciones de Hungría y la URSS en una piscina que terminó teñida en sangre.

Y ahí estaban Olga Fikotova y Harold Connolly. La primera, checoslovaca; del bloque comunista. El segundo, estadounidense; del bloque capitalista. Y estaban enamorados.

Tanto Olga Fikotova lanzando disco, como Harold Connolly, lanzando martillo, ganaron sus respectivas pruebas de atletismo en los XVI Juegos Olímpicos Melbourne 1956. Ella, una joven checoslovaca que estudiaba medicina en Praga; había practicado baloncesto y balonmano llegando a pertenecer a la Selección Nacional de su país antes de comenzar unos dos años ha, en el lanzamiento de disco de manera exclusiva. Harold Connolly era un lanzador de martillo nativo de Massachusetts que ejercía de profesor de inglés en la escuela secundaria de Santa Mónica. Harold había nacido pesando casi seis kilos y a causa de su talla fue un parto complicado con obstrucción de su brazo izquierdo el cual terminó siendo varios centímetros más cortos que su derecho. Su biografía dice que se rompió ese brazo más débil luchando y jugando fútbol.

Olga Fikotova en 1960

Cuando estudiaba en su secundaria, Harold descubrió el lanzamiento de martillo, y se preguntó si ese deporte le podría ayudar con el fortalecimiento y recuperación de su brazo izquierdo, sin sospechar que llegaría a ser campeón olímpico. Pero él parecía estar hecho para eso con sus 1,83 de estatura y 106 kilos de pura fibra. Sin embargo, Harold no podía levantar su brazo débil sobre su cabeza, estirarlo, cerrar su puño o extender los dedos. Con los ejercicios y fuerte entrenamiento logró superar estas falencias. En 1954, un año antes de su grado, Harold viajó a Alemania para estudiar con el maestro de lanzamiento de martillo Sepp Christman. De resultas de esta dedicación Harold resultó ganando varios años y quedar campeón de la Unión Aficionada de Atletismo (AAU). En 1956, antes de los Juegos Olímpicos de Melbourne, hubo una dura lucha por la plusmarca mundial del martillo entre Connolly y el bielorruso Krisnosov. con la irrupción de otro estadounidense, Cliff Blair (1929-2013) quien lanzó el 4 de julio 65.95 m, homologado como plusmarca estadounidense, pero no reconocida por la Federación Internacional de Atletismo (IAAF). Krisnosov realizó 65.85 m el 25 de abril y 66.38 el 8 de julio. Connolly hizo 66.71 el 3 de octubre, no homologado por la IAAF. Krisnosov respondió con 67.32 m el 22 de octubre. Pero acabaría siendo Connolly el que llegaría a los Juegos como plusmarquista mundial con 68.68 m el 2 de noviembre y llegaría como favorito, aunque se preveía un gran duelo entre ambos. Lo que no sospechaba Harold es que se haría mundialmente famoso por otro tema, en el que la mitad del protagonismo fue para la lanzadora de disco checa Olga Fikotova (1932- 2024)

A la postre Harold Connolly cumpliría con los pronósticos que se le atribuían y ganaría en Melbourne la prueba de lanzamiento de martillo, estableciendo el primero de los seis récords mundiales que batiría a lo largo de su carrera. En esa competencia ambos lanzadores, el soviético y el americano, se mantuvieron en cerrado duelo con Krisnosov liderando a ratos la prueba, hasta que en la final el último lanzamiento de Harold superó por diez cm el mejor intento del bielorruso batiendo así el record del mundo y asegurando su medalla de oro para los EEUU.

Por su parte Fikotova dio la sorpresa fijando un nuevo récord olímpico con 53 metros y derrotó a las soviéticas Irina Beglyakova y Nina Romanshkova quienes tuvieron que conformarse con acompañar en el podio flanqueando a la checa en el lanzamiento de disco femenino,

Amor olímpico checo-americano

AMOR OLÍMPICO EN LA GUERRA FRÍA

“De algún modo, el destino nos unió y nos dimos cuenta de que, aunque éramos de esquinas opuestas del mundo y pertenecíamos a sistemas políticos aparentemente incompatibles, cuando se trataba de valores humanos básicos, éramos extremadamente similares”. Olga Fikotova recordaba mucho tiempo después, en Radio Praga, como fue el flechazo. “Harold vino a Melbourne para enfrentarse fundamentalmente a Krivonosov, de la Unión Soviética, de hecho, al llegar, ellos se saludaron respetuosamente”“Yo, por mi parte, vine a lanzar el disco, pero mis planes eran regresar a mi escuela de Medicina y quizá algún día trabajar en el laboratorio de Albert Schweitzer. MI mente estaba completamente en otro lugar…”- Pero, entonces conociste a Harold- “Sí, ninguno de los dos calculaba eso…”

Las fotos de la época en que se realizaron los Juegos Olímpicos de Melbourne en 1956 muestran a una pareja joven y sonriente. Él era un hombretón guapo de 1,83 m de estatura, fornido, serio, pero con aspecto dulce; ella una mujer inusualmente alta, de 1,80 m, se la ve siempre flamante, con cierto aire a estrella de cine. Una pareja de tantas, aparentemente. Pero su historia no tuvo nada de convencional. El romance shakespeariano que amenazaba romper los muros que separaban ambos lados entre occidente y el mundo socialista llenó páginas enteras en diarios y revistas mientras los enamorados olímpicos atisbaban por encima de la cortina de hierro. Unos pocos celebraban aquel amor que tendía puentes y contribuía a relajar las tensiones a un lado y otro del telón. Otros acusaban a la pareja de traidores por haberse lanzado en los brazos del enemigo. En total, nada parecía ponérsela fácil a los tórtolos. Y si el camino de las relaciones de pareja, no suele ser sencillo, a Harold y Olga, aquel amor vedado se les iba a hacer mucho más complicado aún.  Al finalizar el evento olímpico, ambos enamorados regresaron a su vida cotidiana a más de seis mil kilómetros de distancia uno del otro. No obstante, intercambiaban copiosa correspondencia y se mantuvieron en contacto jurándose y halagándose con palabritas tiernas y dulces frases.

Harold Connolly en su ancianidad

Unos meses más tarde, Harold se las arregló para formar parte de una Delegación de Embajadores de Buena Voluntad enviada a Praga por el Departamento de Estado norteamericano. Al llegar allí de inmediato se puso en contacto con Olga. Mientras intercambiaban emocionados arrullos llegaron a la conclusión de que ambos se requerían mutuamente. Así que tomaron la decisión de que tenían que contraer nupcias lo antes posible.

Pero Olga tenía que solicitar permiso para contraer matrimonio con un extranjero, y no era nada común que ese extranjero fuera un miembro de la Sociedad Capitalista, claro que podrían negarle el ansiado permiso. Ella escribió innumerables misivas a la intrincada red burocrática, y la misión no prosperaba. “Numerosos funcionarios me dijeron que yo era una traidora, y que me iba corriendo detrás de un fascista americano y cosas como esa. Esto me entristecía muchísimo, pero creo que yo era muy joven y eso me hacía un poco más rebelde, como suele ocurrir con la gente joven”

“En ese punto Harold me sugirió que escribiéramos al presidente. Yo le dije no podemos hacer eso y él me preguntó por qué. Yo le contesté no sé por qué, pero entiendo que aquí no se hacen ese tipo de cosas, Entonces dijo que él escribiría la carta. Y en efecto, le escribió al presidente Zapotocky, así que yo le escribí también”. -Esto la llevó a una entrevista con el mismo presidente de la República checa. ¡Lo que fuera para defender su amor!

El amor siempre encuentra cómplices, por eso cuando Olga aterrorizada de que las autoridades de su país no autorizaran la unión, y el presidente checoslovaco Antonin Zapotocky la recibió ella moría de la angustia. El mandatario pese a mostrarse comprensivo y parecer que iba a dar su bendición a la boda, manifestó zamarra mente que la decisión burocrática no dependía de él. Allí intervino el triple medallista dorado olímpico Emil Zatopek, personalidad ilustre que, en aquel momento, tenía vara alta en la oficina presidencial y se presume que, gracias a su mediación, (Entre olímpicos te veas) a los pocos días llegó la tan ansiada autorización para que Olga pudiera casarse y marcharse a vivir a Estados Unidos. Tristemente luego, al final de la década de los 60 durante los sucesos de la llamada Primavera de Praga, Zatopek caería en desgracia al apoyar las revisiones ante la tenaza soviética.

Olga Fikotova en su ancianidad

BODA ÍNTIMA ¡CON 30.000 ASISTENTES!

Zatopek y su esposa, la también medallista olímpica dorada Dana Zatopekova, ejercieron de testigos en la boda de la pareja checoamericana. Se suponía que el enlace iba a ser una celebración secreta, con muy pocos invitados, fijada entre semana con la intención de que pasara desapercibida. Sin embargo, la noticia se filtró y corrió como reguero de pólvora por la capital checa. “Cuando llegó el día de la boda y nuestros coches no podían llegar a la plaza, pensé que había ocurrido un accidente”, recordaba Fikotova. El supuesto accidente eran 25.000 curiosos que habían acudido a presenciar el enlace. No solo por el morbo de presenciar la boda entre dos celebridades pertenecientes a bandos enfrentados en la Guerra Fría, aunado al hecho de que no habían visto nunca a un norteamericano. Sino también por la atracción adicional de ver en vivo y directo a la famosa pareja formada por Zatopek y Zatopekova. (Nadie le negaba nada a esa pareja) Aquella “boda íntima” terminó reuniendo a cuatro medallistas olímpicos dorados y siendo presenciada por una multitud calculada en ¡más de 30 mil personas!

Luego de la ceremonia los recién casados se trasladaron a Boston, donde fijarían su residencia. Olga quería continuar compitiendo bajo bandera checoslovaca, y la competencia más inmediata era el Campeonato de Atletismo de Europa, que se iba a disputar en 1958. La atleta se puso en contacto con las autoridades deportivas de su país para intentar inscribirse en el evento. El Comité Olímpico Checoslovaco le contestó que ya no la consideraban ciudadana checoslovaca. Si no podía entrenar en Praga, no podía defender la bandera de su país en competiciones internacionales. ¡¿?!  “Luego en los Juegos de Roma en 1960 me di cuenta de que por alguna razón todos estaban realmente molestos conmigo, porque los atletas checos me volteaban la cara y se negarían a hablarme.  “Después en México 1968, me le acerqué a un grupo de checos y les hablé en su idioma. Habían oído acerca de mí y uno de ellos me dijo: ¿tú realmente te fugaste o nos han contado un saco de mentiras sobre ti? Les aclaré todo y en ese momento entendieron que yo no me había rehusado a competir por mi país, sino que, realmente ellos me habían negado eso”.

Para poder seguir compitiendo, Olga tomó la decisión de hacerse ciudadana de Estados Unidos, y lograría estar presente en otros cuatro Juegos Olímpicos, siendo en Múnich 1972 la abanderada de su nuevo país, una posición honorífica porque ya Olga no estaba en forma. Curiosamente no obtuvo medalla en ninguno de esos juegos quedando siempre en posiciones rezagadas.

Olga Fikotova ya en su ancianidad, fue entrevistada en su visita a Praga para recibir el premio vitalicio al juego limpio otorgado en justo desagravio por el Comité Olímpico Checo. Olga declaró en la entrevista concedida a la prensa internacional: “Cuando yo empecé a lanzar el disco, mi viejo entrenador Otakar Jandera, un muy venerable anciano, me dijo ‘a tu nivel atlético todo lo que necesitas es aprender la técnica y agarrar el ritmo del disco’. Así que me puso a girar al ritmo del Danubio Azul una y otra vez mientras los altavoces del stadium resonaban en mis oídos”.

Entonces el periodista le preguntó ¿Cómo reaccionaron los dirigentes checos, dado el hecho de que estaba en su apogeo la guerra fría ante la situación de que una atleta checa estuviera viéndose con un norteamericano?

“Eso fue un gran problema, y quizá la razón por la que ambos nos sentimos más cercanos uno del otro. Yo sentí que ellos insultaron a Harold cuando, por ejemplo, fuimos a un concierto, que era un evento cultural olímpico, y en ese concierto íbamos a conocer a los jefes de nuestras respectivas delegaciones. Cuando yo fui a presentar a Harold dos de los jefes de mi delegación, simplemente se dieron vuelta y uno de ellos dijo ‘disculpen’ y se desaparecieron. ¡Ni siquiera se dignaron hablar! En ese momento Harold se volvió hacia mí y me dijo: ¿Por qué estos señores no me hablan, ¡No tengo una enfermedad contagiosa! Y yo le contesté Oh, ya sabes, mejor regresamos a nuestros asientos. ¡Yo estaba aterrorizada! Ahora, sin embargo, me doy cuenta y veo cuan necia era esa gente. No debes cerrar tu mente. Si no conoces a una persona ¿Cómo puedes juzgarla?”

– ¿Es verdad que empezaste a lanzar disco solo dos años antes de Melbourne 1956? – “Bueno, sí, estuve lanzando disco quizá un poco menos de dos años, pero esto puede causar una falsa impresión, porque estuve en la selección nacional de mi país en Balonmano y Basketbol, ambos deportes muy exigentes en cuanto a la preparación y la forma física, cuando llegué al disco ya yo era una altamente entrenada atleta con un desarrollo neuro muscular y coordinaciones envidiables”

En 1972 durante los Juegos Olímpicos de Munich, como abanderada electa de la delegación, Olga organizó la entrada del equipo norteamericano al estadio en la fecha inaugural. Los oficiales americanos la felicitaron por el orden observado.

“Aprendí a marchar en Checoslovaquia”, replicó sarcásticamente.

Harold Connolly luego de una larga y brillante Carrera que incluyó cuatro olimpíadas continuó su relación con el lanzamiento de martillo dedicando parte de su tiempo a enseñar nuevas generaciones de lanzadores; impartió clínicas a lo largo de su país promoviendo el lanzamiento del martillo en la juventud americana y creando la Fundación para el Lanzamiento de Martillo que otorgó significativos aportes para los jóvenes atletas de esa especialidad hasta el año de su muerte. Harold Connolly fue el último campeón olímpico estadounidense en el lanzamiento de martillo.

Olga Fikotova y Harold Conally perduraron por 17 años en su relación que les dejó cuatro hijos y que tuvo una final antinovela pues en 1975 con el divorcio de la pareja terminó agriamente aquel romance soñado que ambos mostraron al mundo y de este modo se pudo verificar que no siempre los cuentos de hadas tienen un final feliz. Harold Connolly murió a sus 79 años en agosto de 2010 y Olga Fikotova le sobrevivió hasta cumplir sus 91 años y falleció en febrero de este mismo 2024.

REFERENCIAS