Esa expresión tenía un mensaje; había esperado casi cinco años para disputarle, al también estadounidense Curtis Cokes, ese preciado campeonato que sólo veía en sueños, porque los promotores no le habían dado esa oportunidad, sino hasta después de ese tiempo, aunque lo volvió a exponer con ese mismo rival, a quien venció por segunda vez consecutiva cuatro meses después. Para muchos, la espera le afectó porque desperdició energía y los mejores momentos de su vida profesional, sin descartar la pureza de su boxeo y técnica.
Vinieron otras defensas exitosas, pero el 3 de diciembre de 1970 perdió y lo dejó en las manos de Billy Backus, y después de seis meses lo volvió a conquistar; por eso la algarabía de las palabras “mío… mío… mío…”, salieron espontáneas.
Fue durante unos años atrás que Mantequilla Nápoles, Sonny Liston, Archie Moore y muchos más, permanecían clasificados como “número uno” del mundo, sin tener la oportunidad de una pelea titular.
Este hecho fue una de las peores e injustas situaciones en el boxeo durante la primera parte del siglo XX; fue la forma en que campeones y promotores solían elegir a sus propios retadores, obligándolos a firmar varias opciones en caso de que ganaran el título.
A su llegada como presidente del Consejo Mundial de Boxeo, Don José Sulaimán quiso terminar con este desorden e hizo cumplir que grandes boxeadores obtuvieran el apoyo en un tiempo razonable, para llegar a ser campeones del mundo en peleas obligatorias ordenadas por el organismo.
Asimismo, con esta disposición el CMB terminó esta práctica mal entendida, con la llegada de las subastas, y, en consecuencia, si un boxeador que estaba clasificado para la disputa mandatoria no se encontraba satisfecho con las condiciones contractuales que ofrecían, ya tenía una opción más.
Con todo este contenido sustancial, en el boxeo mundial empezó el orden y la disciplina. Ahí comenzó a tomar otro derrotero el pugilismo, que había sido manejado al antojo de promotores que sólo velaban por sus intereses y no por los del propio boxeador.
Con Mantequilla Nápoles se inició una nueva era. El cubano, naturalizado mexicano, fue el primer campeón mundial welter que ganó el título del Consejo Mundial de Boxeo. En esta división, nuestro país no ha sido tan productivo como en otras categorías, pues sólo han existido ocho monarcas.
Ellos son: Oscar de la Hoya, el propio José Angel Nápoles, Carlos Palomino, Jorge Vaca, Pipino Cuevas, Genaro León, José Luis López y Antonio Margarito.
Precisamente El Barretero de Hidalgo, Isidro Pipino Cuevas González, es el mexicano más joven en coronarse campeón mundial con tan sólo 18 años, y a los 17 ya era monarca nacional.Fue un día memorable aquel 17 de julio de 1976, cuando Pipino subió al ring instalado en la Plaza de Toros Calafia, en Mexicali. En la otra esquina tenía al campeón puertorriqueño Ángel Espada. El hidalguense, con su rostro casi de adolescente, esperaba que sonara la campana. Era el momento en que pasaría a la historia como el pugilista más joven de México en apoderarse del cinto welter.
La pelea sólo duró dos rounds. Pipino masacró en menos de seis minutos a su enemigo. Sus puños de acero laceraron el cuerpo del campeón. Intervino el réferi. Espada no podía seguir. Estaba lastimado en su orgullo. Le habían quitado el título.
Ahí empezó la historia del noqueador. Pipino Cuevas fue acumulando victorias, y de las 12 defensas que hizo sólo una pelea llegó al límite; todas las demás fueron triunfos por nocaut antes de los 15 rounds, hasta que se encontró a Thomas Hearns, aquel 2 de agosto de 1980.
Ya comentaremos en otra ocasión sobre los grandes welters que ha dado el mundo del boxeo.
¿SABÍAS QUE…?
El puertorriqueño Wilfredo Benítez ha sido el campeón más joven de la historia, al haber ganado a los 17 años de edad el título superligero al colombiano Antonio Cervantes Kid Pambelé, el 6 de marzo de 1976, en San Juan, Puerto Rico. Posteriormente ganó el welter al mexicano Carlos Palomino y el superwelter a Maurice Hope, de la isla de Antigua.
ANÉCDOTA DE HOY
En la calle de Génova, en el edificio marcado con el número 33, quinto piso, estaba nuestra oficina, en donde se iniciaron los Martes de café, con la intención de hacer pláticas informales con los amigos de la prensa y convivir con ellos con una humeante tasa de café.
A mi papá siempre le gustó mucho su escritorio, cuyo vidrio era sostenido por las gruesas letras labradas en piedra: WBC.
Lo encargó exclusivamente en Querétaro, y siempre lo presumió como una verdadera joya durante muchos años. Pero aquel 19 de septiembre de 2017, el sismo acabó con el edificio, las oficinas quedaron desnudadas y desde la calle se veía en muchas de ellas el mobiliario.En el quinto piso quedó el escritorio intacto, pero no había permiso de Protección Civil para sacarlo, por la peligrosidad del inmueble tan estropeado. Pasaron los meses, hasta que logramos bajarlo y dejarlo en las actuales oficinas. Días después el edificio, junto con parte de nuestra historia, quedó demolido…