***Fue el primer pugilista que logró meter más de un millón de dólares por entradas, y fue transmitido por radio en EU
Por víctor cota
México/El Heraldo/CMB/Jabeando/29-07-2019.- Algunos libros de historia dicen que la tarde del 4 de julio de 1919 fue una de las más calurosas de que se tenga memoria en Toledo, Ohio, población en la que precisamente en esa fecha, Jack Dempsey, el ídolo que había conquistado los corazones de la afición boxística de Norteamérica —enloqueciendo de emoción a cuantos lo vieron en acción— se llevó el campeonato mundial de peso completo masacrando al hasta entonces titular, su compatriota Jess Willard, un gigante que pasaba sobradamente los dos metros de estatura.
Todo terminó en el tercer asalto, cuando el réferi Ollie Pecord completó la cuenta de 10 segundos al granjero de Saint Clere, Kansas. Ya se cumplió una centuria de haberse consumado aquella hazaña en la que Dempsey propinó una tremenda golpiza a su rival, y fue vitoreado durante varias horas en el Bay View Park Arena, lugar que sirvió como escenario para el encuentro promovido por otro personaje estelar en la historia del deporte de los puños, uno de los más relevantes que han existido en su especialidad. Su nombre era Tex Rickard, quien sin ninguna duda puede compararse con empresarios de ahora, como Bob Arum o Don King, por mencionar a los más conocidos.
Dempsey, el consentido de los fanáticos en Estados Unidos durante buena parte de la década de los 20, fue el primer pugilista que logró llevar más de un millón de dólares a las taquillas, cuando no había televisión ni otro medio de los muchos que ahora conocemos para publicitar y hacer llegar hasta la afición los acontecimientos que interesan de hecho en todo el planeta.
Los anales del boxeo registran poco más de un millón 700 mil dólares aproximadamente para aquella ocasión, que también fue la primera pelea transmitida por radio. Aquí no estamos hablando de su batalla de coronación, sino de una defensa que hizo precisamente del título que ganó aquel 4 de julio, y la pelea la sostuvo contra el francés Georges Carpentier, al que puso fácilmente fuera de combate. Dempsey dio forma a taquillas similares; es decir, arriba de un millón, contra rivales como Luis Ángel Firpo, Gene Tunney, Jack Sharkey y algunos más.
Partiendo de ahí, podría considerarse a Jack Dempsey como uno de los primeros peleadores deslumbrantes que llevaron a multitudes a pagar cantidades enormes de dinero para verlos entre las cuerdas.
Es cierto que la cifra mencionada impresiona a pocos en la actualidad, pero hablando de 1921, la recaudación mencionada, billete tras billete, no es ninguna exageración señalarla como una suma de dinero enorme; una fortuna para aquellos tiempos.
Bajo esta serie de premisas podemos considerar que William Harrison, el verdadero nombre de Dempsey, apodado por el periodista Damon Runyon durante el apogeo de su singular carrera como El Asesino de Manassa, puede ser señalado el primer rey de las taquillas, y el predecesor de otros que hemos mencionado en comentarios anteriores; algunos de ellos activos en épocas recientes y otros totalmente actuales.
El ídolo que nos ocupa nació precisamente en Manassa, un minúsculo pueblo de Colorado, el 24 de junio de 1895, y falleció a los 87 años, el 31 de mayo de 1983, en Nueva York. Su mánager principal fue Jack Doc Kearns, y lo entrenó alguien reconocido como uno de los mejores que han existido en esa singular actividad, Jimmy DeForest.
Inició su campaña en los cuadriláteros en 1914, y se fue el 22 de septiembre de 1927, cuando perdió por puntos frente a Gene Tunney, en la que se recuerda como La pelea de la cuenta larga.
Cuando colgó los guantes, como se decía en el argot de esta actividad, lo hizo con un récord de 55 victorias, 45 de las cuales las alcanzó por nocaut. Perdió en seis ocasiones y tuvo seis empates.
Entre otras actividades después de su retiro, abrió un restaurante en Nueva York, situado frente al tercer Madison Square Garden (anterior al actual), y después se cambió a la zona de Times Square, dentro de la misma gran urbe. Su presencia en el negocio mencionado significó un atractivo turístico para muchos, especialmente aficionados. Él asistía diariamente, firmaba autógrafos, platicaba con los clientes, y en general interesaba más que los platillos que ahí se ofrecían.
No creemos exagerar si señalamos a este inmortal del boxeo como una de las más grandes figuras de todos los tiempos, no solamente dentro de los pesos completos, sino en la totalidad de las divisiones.
Ingresó al International Boxing Hall of Fame de Canastota en 1990, y terminamos insistiendo: todo esto es algo de la vida de uno de los mejores y más tremendos peleadores que hayan subido a un cuadrilátero.