**El viernes sufrió un infarto y este sábado falleció a las 8:30 a. m., en Barranquilla.
Por: Estewil Quesada.
Colombia/Prensa-El Tiempo/Jabeando/17-03-2018.- Iban entre 20 y 30 segundos del descanso entre el séptimo y octavo asalto cuando la mirada se detuvo en la esquina azul, que correspondía al venezolano Yeison Gregorio Cohen Bello, en todo el frente de mi sitio de transmisión de televisión para la serie ‘Combates Telecaribe’ por el canal regional Telecaribe.
Y vi como el entrenador Jaime Díaz, un exboxeador y pensionado agente de Policía, que sirvió en la seguridad del papa Juan Pablo II en su visita a Barranquilla en 1986, lo bloqueó con su cuerpo de tal manera que Cohen, nacido hace 28 años y boxeador profesional desde el 2015, no se podía levantar.
Díaz, que me quedaba de espalda, abrió sus brazos indicando que no había acción para el último asalto y que, de esa manera, se configuraba el nocaut técnico por abandono favorable para el peso pluma colombiano Hugo Berrío (pesó 126 libras), que dejaba a Cohen (126,8 libras) con marca de 2 triunfos, 8 derrotas y un empate.
Era el final de la sexta de siete peleas en el Gran Salón del hotel El Prado que, bajo el nombre de Figh Club, la empresa Cuadrilátero presentaba 33 años y un día después de su fundación con aquel programa en que el futuro campeón mundial Fidel Bassa ganaba el título nacional mosca en los jardines tropicales del mismo hotel.
En los primeros segundos del descanso, entre el séptimo y octavo asalto, una vez terminó la narración de Alberto Mercado, comenté que por primera vez en toda la pelea, en el último minuto, había visto retroceder y algo lastimado a Cohen, apreciación que compartió el invitado especial a la transmisión, el boxeador barranquillero del peso welter Jeovanis ‘Meque’ Barraza.
Y era cierto. Brioso, alegre, hasta levantando los brazos, Cohen (1,64 metros de estatura) vulneró el mayor alcance de Berrío y lo presionó a todo momento, acorralándolo en la corta distancia, obligando al colombiano en muchos pasajes a aceptar el intercambio de golpes en la zona donde más le convenía al visitante.
Era un verdadero guerrero del ring, y curiosamente en su pantaloneta negra con vivos rojos, con la bandera de su país atravesada en diagonal en la parte frontal, además de su nombre, en la parte superior tenía esta leyenda: ‘Guerrero de Dios’.
Pero en el último minuto del séptimo asalto, por primera vez retrocedió y se vio lastimado.
Fue al terminar la intervención de Barraza cuando dirigí la mirada a la esquina del venezolano, la misma que previamente ocuparon sus compatriotas Melbyn Hernández, Franklin
Manzanilla y Hermes Soto, todos vencedores antes rivales colombianos, y Pedro Henríquez (el pasado lunes fue asesinado por robarle la moto, en Caracas), que empató -antes de subir Cohen- con el peso pesado estadounidense Jermarco Polain.
Quería ver cómo era la reacción del boxeador venezolano en el minuto de descanso y se me facilitaba la posición porque no tenía que girar la cabeza a ningún lado. Y me encontré con la determinación del entrenador Díaz para detener una pelea que, en mi concepto, ganaba el colombiano 69-64.
Entonces veo que Cohen, a quien apodan ‘La Pesadilla’, se molesta. No veo su rostro, porque Díaz me tapa con su cuerpo, pero sí sus brazos tratando de apartar y golpear al entrenador, y sus deseos de impulsarse con los pies. Pero Díaz está tan pegado a él que lo impide. Alcanzo a decirlo en la transmisión por televisión, que con ese resultado se va a un corte comercial.
Acto seguido, en segundos, noto como si Cohen convulsionara y veo cómo se bambolea la silla blanca armable donde está sentado. Eso permite que vea su cara, algo extraña en la mirada. No se cae hacia atrás porque el cuerpo es sostenido por las cuerdas y por el entrenador Díaz, que, me da la impresión, cree que es parte de su rechazo a la detención del combate.
El sábado Díaz me comentó que detuvo el combate cuando vio la mirada fija del venezolano, que había entrenado en su casa de Villa Sevilla, cerca al estadio Roberto Meléndez, hasta diciembre pasado cuando se fue a Venezuela y que lo subió ahora al pleito por recomendación de su pupilo Eddy Pacheco (hermano de la excampeona mundial Enis Pacheco)
«Mijito, te voy a parar la pelea», dijo. Y Cohen, que estaba alojado en un apartamento del entrenador a unos 20 metros de su casa, se molestó. «No, Profe, estoy bien», dijo, mientras intentaban apartarlo. El DT se mantuvo en su determinación y en su posición física.
Cuando pasa el minuto, el árbitro Milton Mercado manda a Berrío a la esquina neutral y va a contarle a Cohen, como lo ordena el reglamento. Pero ya la situación se torna crítica. El médico del ring, John Barrera, salta de inmediato al cuadrilátero. Lo acuesta sobre la lona, lo atiende y, al rato, el boxeador sale en camilla para la Clínica General del Norte (calle 70 con carrera 48), ubicada exactamente a cinco cuadra del hotel El Prado (calle 70 con carrera 54)
En la mesa técnica, una vez se reanuda la programación con la pelea estelar, el doctor Barrera tiene la cabeza enterrada. Habla constantemente por teléfono y a él se le acerca muy a menudo un entrenador venezolano radicado en la ciudad, Héctor Manzanilla. No es un buen síntoma. A las 11:31 p. m., a distancia, le hago señas al médico de qué sabe. Me responde, también por señas, que todo sigue igual.
Dos minutos más tarde, el propio galeno llega hasta el sitio de transmisión y me dice, fuera de micrófono: «El muchacho cogió rabia inicialmente, allí mismo cuando lo atendía me convulsionó, las pupilas se le dilataron y se desmayó. Lo reanimé y decidí enviarlo a la clínica: estaba mal, pero respiraba. Creo que tiene una isquemia cerebral».
Al finalizar la programación, sobre la medianoche, el médico salió a la Clínica. Antes me dijo que el periodista Alberto Agámez, miembro de la empresa Cuadrilátero, estaba con el boxeador. Llamé a Agámez para saber por su estado de salud y me dijo que no lo dejaban ver, pues era atendido por los médicos, que poco después decidieron practicarle un TAC y, por el resultado de este, operarlo en la madrugada del sábado de una hemorragia cerebral. El pronóstico: nada halagador y había que esperar el milagro de Dios.
Saliendo del hotel me encuentro con Hugo Berrío y le pregunto si se percató de la situación de su oponente. Me dice que no y que solo supo ahora. «Hay que orar para que se recupere», me dice antes de despedirse.
Ese muchacho no podía pelear. ‘El Chino’ ya se lo había advertido luego de una pelea en Cartagena porque sufría de dolor de cabeza
Unos metros más adelante me esperaba Salomé Herrera, un entrenador que también practicó boxeo en un club que tuvo el maestro del periodismo y la literatura Álvaro Cepeda Samudio en la ciudad. Herrera me hace una confesión: «Ese muchacho no podía pelear. ‘El Chino’ (Albenio Martínez, un entrenador cordobés radicado en Barranquilla) ya se lo había advertido luego de una pelea en Cartagena porque sufría de dolor de cabeza».
La mañana del sábado llamo a Martínez. Me confirma la versión de Herrera. «A él lo trajo un entrenador venezolano, Manuel Matta, y yo lo tuve en mi casa viviendo como mes y medio. Fue para su pelea con José Sanmartín -16 de diciembre de 2016 en Cartagena, que perdió por nocaut-. En Cartagena me dijo que le dolía la cabeza, lo mismo al segundo día de su regreso a casa en Barranquilla. Yo le dije que no peleara más», dice Martínez.
«De mi casa pasó al barrio La Paz en Barranquilla, en casa de una amiga de él, Nubia, la mujer del boxeador Dunis Liñán. Me lo encontré vendiendo postres y dulces y motilando. Le dije que me parecía bien que se rebuscara la plata sin necesidad de pelear. Pero nuevamente lo vi peleando en el barrio El Bosque -5 de agosto de 2017, perdió ante Luis ‘Machete’ Díaz-. Otra vez le dije que por qué peleaba. No me respondió. El jueves pasado, en el pesaje, y el viernes, antes de la pelea, apenas lo saludé. Yo sabía que había llegado el martes. No le dije nada, porque después me decía sapo y no quería discutir», finalizó Martínez.
¿Será Cohen un boxeador de esos que arriesgaban su vida así, una conducta nada extraña en el siglo pasado?, me pregunté de manera mental cuando terminó de hablar Herrera. ¿Todavía habrá boxeadores así?, pensaba, cuando, unos 20 pasos más adelante, ya afuera del hotel caminando con Herrera y con el narrador Alberto Mercado, me encontré con el boxeador antioqueño Juan Camilo Novoa. Favorito que perdió por nocaut en el décimo asalto ante el local Dormedes Potes, nuevo campeón mediano Fedelatin, en la pelea estelar de la noche, la única después de la de Cohen, interrogué a Novoa.
-¿Qué pasó, Juan Camilo, si estaba ganando hasta el quinto asalto y después parecía que te pesaran las piernas?
-Irresponsabilidad de mi parte -respondió Novoa, que estuvo a punto de ganar una medalla en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004-: tenía 30 libras de más y no me preparé de la mejor forma. Es culpa mía y de más nadie.
-Eso no se hace, Juan Camilo. Arriesga la vida.
-Tienes razón. Prometo no hacerlo más.
Al rato, rumbo a casa, a las 12:16 a. m. del sábado, el vehículo pasa por todo el frente de la Clínica General del Norte, donde permanece Cohen, de quien me enteraría más tarde es padre de dos hijos y que desechó una pelea en su país, en Villa del Rosario (Zulia), ante su compatriota Eddy Maita, 24 horas más tarde por venirse a Barranquilla.
Este sábado, luego de luchar durante varios días por su vida en la UCI de la Clínica General del Norte, en Barranquilla, su lucha caducó a las 8:30 a. m., luego de que el viernes le diera un infarto.